Más allá de las preferencias, hay algo concreto: la literatura es importante a lo largo de la vida. Tiene importancia en el desarrollo del niño, en la adolescencia, en la adultez y en la vejez. Los especialistas no dudan en enumerar diversos motivos que certifican esta cuestión.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que la lectura es un hábito. Por lo tanto, se trata de un aprendizaje que se incorpora a nuestro comportamiento. De allí la necesidad de acercar la literatura infantil a los más pequeños, primero leyéndoles y luego acercándoles sus primeros libros para que puedan leer por su cuenta.
La literatura puede ser divertida, y eso es lo que tiene que saber un niño. La imaginación es ilimitada y abre la puerta a un mundo de juegos y fantasías.
En la adolescencia, la literatura mantiene su valor. No hay que olvidar que los libros son la memoria de la humanidad y el archivo más grande que existe de las ideas y emociones humanas. Por eso, la literatura es imprescindible para la maduración personal e intelectual de los jóvenes.
En esta etapa de la vida, es cuando se consolida el hábito lector y donde las personas comienzan a desarrollar el sentido crítico. Los textos permiten conocer otras formas de pensar, en un proceso dialéctico que termina por forjar la propia identidad del joven.
Los adultos y los ancianos tampoco deben descartar a la literatura. Aunque no se trata de algo utilitario, la literatura nunca deja de ser productiva. Genera conocimientos y promueve la reflexión, logrando que uno se piense a sí mismo y se plantee su relación con los demás.
Es seguro que buena parte de los jóvenes que leen habitualmente literatura, lo hacen por placer. Por algún tipo de placer que la lectura les despierta y convoca. Mientras se adentran en un texto literario, los jóvenes suelen encontrar en la intriga, la trama, el lenguaje o los personajes, algún tipo de interés que, si el texto lo ayuda, se convierte en una experiencia de placer que suele devenir en pasión. Por la misma razón, el abandono de un texto es, de alguna manera, el resultado de un desencuentro con el placer. Los jóvenes que se enganchan con la trama de una historia, lo hacen consigo mismos. La lectura les permite desarrollar juicios morales propios, sumarse a las emociones de los personajes, descubrir su carácter, identificarse sin restricciones con ellos, no tomarlos en cuenta o también repudiarlos. En suma, cuando los jóvenes penetran en un texto, lo transforman en una experiencia de conocimiento de sí mismos, en la medida en que descubren sus propias emociones y valoraciones, sin que necesariamente medien valores estéticos o morales preestablecidos. El texto en el joven lector que lo devora, se convierte en una experiencia fugaz e intensa de construcción de juicios personales, vivencia de emociones, disfrute de la palabra, asombro frente a la vida. Guiados a menudo por alguien: un profesor o profesora, por ejemplo, los jóvenes que se adentran en un texto literario, ponen en juego su mundo interior, es decir, sus motivaciones, preocupaciones, intereses, conflictos. Los evidencian íntimamente, mientras avanza la trama de una historia y los personajes toman forma. Los jóvenes viven, entonces, diversas experiencias de encuentro consigo mismos, cuando pasan a ser dueños de un espacio personal placentero y motivador, que constituye el universo de la lectura.
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